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La saxofonista Yamile Burich acaba de editar «Bardo»

¿Querés que toque esa canción?”, le pregunta Yamile Burich a su hija Vicky, de cuatro años, mientras susurra unas notas de “La reina Batata” con su saxo soprano en el balcón de su departamento.

La eléctrica Yamile, de anteojos redondos, respira una bocanada de aire, luego se contornea con el instrumento y entonces se escucha a una vecina tarareando el tema de María Elena Walsh. En su Instagram, más tarde, la saxofonista escribirá: “Las hermosas melodías de nuestra infancia jamás terminan de sorprenderme. En la cuarentena desde el balcón, para mi audiencia preferida (Victoria) y los vecin@s de Ortúzar. Gracias María Elena por tanta música”.

En otro posteo, a fines de abril, la artista subió un video que se volvió viral casi al instante. Bauti, un niño de siete años, se puso a bailar en la vereda del bar Virasoro durante un concierto. “No lo conocía, él y su papá fueron a escucharnos esa tarde”, recuerda Yamile, y los hipnóticos movimientos del danzarín colmaron las redes y hasta el propio Ted Gioia, uno de los popes del jazz, lo retwiteeó en su cuenta: “Yes, you can dance to jazz”. No todo terminó allí: el pequeño prodigio volvió a las jam sessions de la saxofonista y su grupo, pero ya invitado al escenario con performances al ritmo de la improvisación y luciéndose en la batería.

“Tengo un imán con los niños. Hay gente que me manda videos de sus hijos después de tocar. El otro día una pareja pasó caminando con un cochecito y el bebé movía la cabeza, se reía, los padres no lo podían creer. A decir verdad, yo soy como una niña eterna”, se sincera Yamile Burich, de 40 años, una de las mujeres más talentosas del jazz argentino.

Prolífica –ya sacó siete discos y participó en otros–, la saxofonista fue pionera con su Jazz Ladies Orquesta, ganando espacio en un terreno cimentado por hombres. En espíritu y cuerpo, Yamile suele ser la líder, donde además de tocar diferentes tipos de saxo, compone y dirige sus grupos. Basta ir a cualquier recital para notar una energía desmesurada, de un fuego que parece nunca apagarse, algo que sus propios músicos suelen festejar aunque a cierta distancia, como para no quemarse. Ella grita, se abraza a sus saxos, baila, camina de un lado a otro y, sobre todo, toca maravillosamente: su sonido es cautivante, tan expresivo en su emoción genuina como dúctil desde lo técnico, un fraseo que está entre los mejores vientos de la escena local.

Bardo, el disco que acaba de lanzar por plataformas digitales con todos temas propios, lo expresa con sutiles matices, un quinteto donde, como suele pasar en el jazz moderno, se combinan apertura armónica, improvisación, espontaneidad y exploración rítmica. Desde cruces latinos como “La Victorita”, a cadencias trepidantes y cinematográficas –“Nito”– y baladas al estilo Gato Barbieri como “Caos y desorden”, un tema que conduce inexorablemente hacia Último tango en París.

“Me sale divertirme. Tengo una afinidad con lo naif, con la inocencia. Estuve mucho tiempo obsesionada con el Bebop, tratando de sacar las frases de Charlie Parker. Hasta que me di cuenta que lo lúdico es lo importante, todo ese universo interior que late desde mi infancia. De chica me volvía de la escuela cantando y silbando melodías, como un juego”.

Criada en Tartagal, Salta, dice que a los cinco años le pidió a su mamá estudiar piano, que su papá tocaba en forma amateur. Fue a profesora particular, después al conservatorio y a los 14, en la escuela municipal de Salta capital, vio a un chico tocando el saxo. Abandonó el piano, y mientras todos la miraban raro por ser la única mujer con un bronce, fue alentada por su profesor Coli Montero. “Mi primer maestro, un capo, me incentivó mucho”.

Sus primeros grupos fueron de covers, trabajó para una marca de cerveza y ganó plata, a punto tal que dejó el secundario. A los 18 viajó a Buenos Aires para estudiar con Hugo Pierre. En la gran urbe todavía había prejuicios y se fue a Cuba. Tocó en una banda de salsa con la que conoció Europa. Vivió en Londres y ganó la beca que todos los jazzistas desean, en la Berklee de Boston, pero desistió. “Viajé a New Orleans, conocí músicos que me hicieron ver que necesitaba tocar y tocar, muchas jams y estar un tiempo en Nueva York. Así que cambié mi destino”.

Suerte de incansable trotamundos volvió a Argentina en 2006, cuando falleció su mamá. Armó sus grupos, empezó a componer, y desde allí es un torbellino en el arte de tocar el saxo, dar clases, sacar discos. Lo explica con sus palabras, sueltas y desprejuiciadas: “Los que hacemos jazz somos como una comunidad rara, pero a mí me gusta ver que la gente disfrute”.

Cosmopolita y amante de los “que tocan con entrega y son capaces de no sentirse más que el público”, el álbum de referencias en el saxo recorre de Charlie Parker a Paquito D´Rivera, de Sony Rollins a Kenny Garret, de Benny Golson a Wayne Shorter. “Charlie es el rey, Sony es único en lo rítmico, Shorter como gran compositor, Garret es puro fuego. Y rescato como inspiración a Sharel Cassity, pude tocar con ella en Nueva York”. Como compositores, tiene dos afinidades argentinas. “Toda la obra de María Elena Walsh, desde la armonía, letra y melodía es una gran referencia. Y Piazzolla es mi otro favorito, tuve la suerte de participar en los homenajes por su centenario”.

Dice que no quiere estar en un festival sólo por cumplir el cupo femenino: quiere que la reconozcan por cómo suenan sus grupos. “Me acostumbré a no pensarme como mujer, sólo me veo como un músico en la búsqueda de mi voz. La pelea es desde el esfuerzo y la perfección, fue duro pasar de mil trasnoches a ganarme un horario central, pero también hay varones a los que no les dan espacio. La verdadera igualdad viene con la calidad del trabajo, siempre pienso que a Mercedes Sosa la invitó Cafrune a mostrarse en un escenario”.

No le teme al futuro ni a las restricciones de la pandemia. Dice que, tal como el jazz, nunca planeó nada en su carrera y que continúa improvisando. “Si hay una nueva cuarentena, seguro grabaré un nuevo disco. Así es mi personalidad, me importa poco hacer el ridículo, tengo un positivismo extremo. Hugo Pierre me decía: ‘no te puede ir mal si vos hacés bien las cosas´. Ese es mi legado”.

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