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Preguntamos a varias veganas por qué decidieron serlo

Todavía hay mucha desinformación sobre este estilo de vida y, si eres vegana, seguro que te has encontrado en muchas situaciones incómodas en las que has tenido que callarte por no generar polémica (si es tu caso, nunca te calles). Es muy difícil que a día de hoy haya conciencia sobre un día a día que suponga eliminar de la dieta productos alimenticios de origen animal. No todo el mundo entiende que una persona elija no comer carne de ningún tipo (ni cerdo, ni pollo, ni pescado…), y tampoco huevos, lácteos o miel. Por eso, es importante que se genere debate y respetar la decisión de todxs, pero desde la información.

El veganismo como movimiento tomó este nombre en los años 40, cuando el británico Donald Watson lo acuñó para definir esta decisión de vida: «los veganos defienden la idea de que, si queremos ser verdaderos libertadores de los animales, debemos renunciar a nuestra tradicional y egoísta actitud de creer que tenemos derecho a utilizarlos para nuestras necesidades». Donald fundó en 1944 la primera sociedad vegana del mundo, la Vegan Society, y con ella originó un movimiento que, a día de hoy, arroja datos in crescendo de búsquedas en Google Trends a nivel mundial y, en España, un crecimiento del 161% en los pedidos de comida vegana a domicilio en 2017, según Deliveroo, por poner un ejemplo.

Pero ser vegana no es fácil. Aparte de ser pocos los restaurantes que dediquen en su menú un espacio para los seguidores y seguidoras de este estilo de vida, también hay que tener en cuenta el suplemento necesario de B12 y omega 3 para mantener un equilibrio en nuestro organismo (y esto no significa que el veganismo sea malo).

Ser vegana es una decisión, y hemos querido saber cuál ha sido el motor de diferentes lectoras para decantarse por ello, cuál fue su punto de inflexión y a qué renunciaron. Cabe destacar que ser vegana no solo tiene que ver con la alimentación, sino con el rechazo a usar cualquier artículo que derive de la explotación de un animal.

Diana Villar, jefa de creatividad digital de Cosmopolitan, nos cuenta: «La primera vez que me planteé no comer animales era pequeñuela: a mis tías les encantaban The Smiths y recuerdo ver un vídeo con ellas en el que Morrissey llevaba una camiseta con animalitos dibujados y un: ‘please, don’t eat my friends’ escrito debajo. La cosa se quedó ‘en barbecho’ durante un tiempo y, de repente, un domingo de carnaval que andaba por Salamanca, me desperté y decidí hacerme (en ese momento) vegetariana. ¡Este próximo febrero hará 20 años! El veganismo vino después (hace cuatro años), ligado a un tema de salud (para que luego digan que llevar una dieta plant-based es malo). Así que, en mi caso, ya no es solo un estilo de vida que considero más ético y sostenible medioambientalmente, sino que me ha librado de unos cuantos problemas médicos».

Paula González, que trabaja en comunicación y colabora con varios medios, nos habla de su experiencia: «Tomé la decisión de dejar de comer animales a los 17 años,  en cuanto comprendí lo que sucedía. Me supuso una ruptura profunda con mis lazos afectivos más inmediatos, que ha tardado años en sanar, aunque nunca volví a ser la misma. Una vez tomé plena consciencia de la hostilidad del mundo con los otros animales, tuve que hacer algo. Así que decidí dedicar mi vida a aliviar el máximo sufrimiento posible a través de mi trabajo, mi activismo y mis pequeñas acciones diarias. No ha sido un camino lineal: primero me hice vegetariana, luego activista y, por último, vegana. El trayecto ha estado lleno de muchas dificultades y algunas pequeñas alegrías. La alegría más grande, sin duda, es que rescaté una perra cuando tenía 20 años: la habían abandonado y atropellado, tenía anemia y estaba deshidratada. Se llamaba Isis y respondía al nombre. Su anterior «propietaria» estaba pagando 50 míseros euros por eutanasiarla en la perrera de Majadahonda. Hemos estado casi una década juntas y hace un año que falleció por un linfoma. A día de hoy me sigo preguntando quién rescató a quién y no hay un solo día en el que no se me empañen los ojos al notar su ausencia. Por ella, y por todos los demás, sigo al pie del cañón».

Dog, Mammal, Vertebrate, Canidae, Dog breed, Grass, Carnivore, Fun, Companion dog, Lurcher, © Foto por: Lorena S. Mendoza. Dog, Mammal, Vertebrate, Canidae, Dog breed, Grass, Carnivore, Fun, Companion dog, Lurcher,

Pero no todo es un «camino de rosas», tanto Diana como Paula nos cuentan la cara B de seguir este estilo de vida: «Lo peor de ser vegana –comienza Paula– suele ser esa desconexión que se siente con quienes aún viven en otro tipo de paradigma social. Existe un consenso, tácito pero a veces deliberado, en el que los humanos podemos hacer con los otros animales lo que nos plazca. Llegar al punto en el que ampliemos nuestros círculos de compasión y empatía para con ellos, requiere un trabajo que no todo el mundo está dispuesto a hacer. Y otra gente, simplemente, no tiene las herramientas necesarias. Por otra parte, quiero pensar que hay algo de esperanza. Veo cómo en esta última década el mundo está avanzando y cada vez más gente, de todo tipo, están haciendo pequeños cambios extraordinarios en su forma de relacionarse con este tema. No soy mejor que nadie, pero me gusta pensar que intento ser el tipo de persona que mis perros pensaban que era».

Diana nos confiesa: «Lo que más me molesta, sin duda, es la actitud de la gente: de repente todo el mundo es nutricionista, biólogo o tiene una cátedra en ética y valores y muchas ganas de tocar la moral. ¡Menos mal que se supone que las cansinas somos las veganas!».

Y es que no todo el mundo entiende este estilo de vida. Naomi Gayoso, maquilladora y peluquera profesional (Talents), nos cuenta: «Yo me hice vegana por salud. Soy celíaca desde que nací y me lo diagnosticaron hace 10 años. Me dio un brote muy fuerte y me dejaron con una dieta blanda bastante estricta, hasta el punto de no comer ni carne ni pescado para que el cuerpo se pudiera recuperar. Cuando llegó el momento de introducir estos alimentos, no me apeteció, y decidí estar así una temporada adicional. Hasta hoy. En un principio no era consciente de lo que ocurre en el mundo relacionado con el consumo de animales, fue con el paso de los años cuando me informé de lo que esto supone (ya no solo cómo los tratan, sino por ejemplo los antibióticos que les suministran, ¡todo eso llega a nosotros!). También empecé a ser consciente del impacto medioambiental que supone que consumamos animales y dije: ‘guau, algo que empecé por salud está haciendo que aporte un granito de arena’. A día de hoy, es mi estilo de vida y lo tengo interiorizado. Al principio me costó un poco: es que aparte tienes que ser muy creativa en la cocina, terminas aburriéndote de comer siempre lo mismo. Y claro, si a mí me costó al principio, es muy curioso ver cómo le cuesta a las personas de tu alrededor entenderte. Muchos me preguntan: ‘¿De qué vives? ¿Qué comes?’. Se piensan que solo me alimento de fruta y lechuga, y no es así. En el trabajo, la gente del catering me echa una mano y se portan muy bien conmigo, pero luego hay otras veces que tengo problemas, y termino comiendo patatas. Pero bueno, sé que es algo educacional y poco a poco, considero que conseguiremos crear conciencia, sobre todo en la restauración (además cada vez hay más opciones veganas en los menús) y en el universo de la cosmética».

Si has empezado a seguir una nutrición vegana,  ProVeg,  organización para la conciencia alimentaria, ha elaborado –en colaboración con Verónica Larco y Aída Lídice, de los blogs In My Vegan Kitchen y Begin Vegan Begun– unas deliciosas recetas de entrantes, platos principales y postres veganos.

Aquí la receta de nuestro preferido: crema de chirivía.

Crema de Chirivía.  D.R. Crema de Chirivía.

Ingredientes

400 ml de agua

200 gr chirivía

100 gr de patata

1 cdta de cúrcuma

1 pizca de canela

80 gr de champiñones

1 cda de salsa de soja

½ cda de aceite de oliva

1 cdta de semillas

Preparación

Hervir agua con sal. Una vez hierve el agua, añadir la patata y la chirivía hasta que estén bien hechas. Triturar con la cúrcuma y canela. Cortar los champiñones en rodajas y en una sartén echar la salsa de soja con los champiñones. Una vez se seque la salsa de soja, añadir el aceite de oliva y hacerlos hasta que estén dorados. Servir decorando con los champiñones y las semillas.

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